domingo, 19 de octubre de 2008

La guayabera

Estaba acostumbrado a tener una buena imagen ante mis jefes, es más, muchos de ellos (y ellas) terminan por convertirse en verdaderos amigos, aún cuando hayan pasado años desde el último día que laboré para ellos. Esta vez no.
Creo que soy un buen empleado, pero mi jefe no piensa lo mismo, definitivamente no.
Todo empezó en Chichén Itzá, minutos antes del concierto de Plácido Domingo, a donde llegué con mi camisa blanca y pantalones claros. Hacía calor, era un ambiente húmedo y la entrada al coctel previo al evento no era segura... qué podía hacer además de esperar y pedirle a Chac mool que nos dejaran entrar? ¡Claro!; sudar.
Así que me puse mi polo azul marino y partimos a la llamada Nueva Maravilla del Mundo Moderno. Un error de los grandes.
Buen concierto; localidades VIP (con mejor vista que López Dóriga, Roberto Slim y la mismísima Margarita Zavala de Calderón) y una vista impresionante de la pirámide.
Buenas fotos, entrevistas para Gente, una buena cobertura. 5 de la mañana y descansaba ya en el Marriot de Cancún, para horas después volar de regreso al DFectuoso.
Felicitaciones por aquí, palabras de aliento por allá, portada, todo bien.
Día siguiente, reunión con el jefe mayor, "Buen trabajo, la nota muy completa, tienes talento y futuro, pero... si hubieras traído guayabera y no esa mamada del cocodrilito te habrías quedado en mi mesa para sacar a la Primera Dama, y su hubieras... hubieras... hubieras... hubieras..." fue un regaño al que literalmente podría calificar como "regio".
Una semana después, otra reunión, pero ésta vez más fuerte y con una mayoría del Club Team. "A varios les van a quedar los sacos", dijo el jefe. Y así fue, repartió a lo grande.
Salí de la sala de juntas con la frente en alto, pero "agarrado de bajada" y con al menos un saco bien puesto.
... No haré travesuras, ya no. Lo prometo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las guayaberas representan la elegancia yucateca, pero hasta para regañar se necesita estilo... cosa que realmente faltó en ese momento. Bienvenido a la adorable política del terror.