Sé que va a sonar trillado, pero en verdad eso de “no es lo mismo los tres mosqueteros que casi treinta años después”.
Las cosas cambian y más cuando se habla de los años como parámetro.
Es extraño, pero he notado que me siento mucho más cómodo en los bares y cafés, que en los ruidosos antros, incluso disfruto mucho el nuevo disco de Emmanuel, repleto de éxitos del ayer, más que el incesante punchis punchis de las fiestas.
Me estoy volviendo viejo, ¿y quién no? si lo hacemos desde le momento de nacer. Cada día, a cada minuto envejecemos más y más, cada sonrisa enfatiza nuestras líneas de expresión, nuestras marcas faciales, esas mismas que ayer no se notaban tanto.
Nadie nos prepara para envejecer, como en la muerte, no reparamos en el tema, lo evadimos, pero como dice mi papá, es como el diablo; no se nota… pero siempre está ahí.
Lo único que realmente nos pertenece en la vida es nuestro cuerpo, nos aferramos a él, quisiéramos uno mejor (o tener, de vez en cuando, uno escultural en nuestra cama), pero, como todo, se deteriora, pierde algo de su encanto lenta o aceleradamente con el paso de los años.
La belleza es tan fuerte // la belleza es tan casta// tan escasos que algunos// nunca logran hallarla, dice una vieja canción española. Vanidad de vanidades, todo es vanidad, dice la Biblia.
Una actriz de la época dorada del cine nacional dijo alguna vez en una entrevista: “uno nace con la belleza que Dios nos da, y muere con con la que merece”, me gusta la frase, no soy Dios para saber si es cierto, pero me agrada la idea de vivir cierta situación, como resultado de lo que hicimos en el ayer.
Empezaré a prepararme para mañana, me haré a la idea de envejecer lentamente y me resignaré al proceso natural de los años, después de todo, llevo ya 29 años haciéndolo.
Las cosas cambian y más cuando se habla de los años como parámetro.
Es extraño, pero he notado que me siento mucho más cómodo en los bares y cafés, que en los ruidosos antros, incluso disfruto mucho el nuevo disco de Emmanuel, repleto de éxitos del ayer, más que el incesante punchis punchis de las fiestas.
Me estoy volviendo viejo, ¿y quién no? si lo hacemos desde le momento de nacer. Cada día, a cada minuto envejecemos más y más, cada sonrisa enfatiza nuestras líneas de expresión, nuestras marcas faciales, esas mismas que ayer no se notaban tanto.
Nadie nos prepara para envejecer, como en la muerte, no reparamos en el tema, lo evadimos, pero como dice mi papá, es como el diablo; no se nota… pero siempre está ahí.
Lo único que realmente nos pertenece en la vida es nuestro cuerpo, nos aferramos a él, quisiéramos uno mejor (o tener, de vez en cuando, uno escultural en nuestra cama), pero, como todo, se deteriora, pierde algo de su encanto lenta o aceleradamente con el paso de los años.
La belleza es tan fuerte // la belleza es tan casta// tan escasos que algunos// nunca logran hallarla, dice una vieja canción española. Vanidad de vanidades, todo es vanidad, dice la Biblia.
Una actriz de la época dorada del cine nacional dijo alguna vez en una entrevista: “uno nace con la belleza que Dios nos da, y muere con con la que merece”, me gusta la frase, no soy Dios para saber si es cierto, pero me agrada la idea de vivir cierta situación, como resultado de lo que hicimos en el ayer.
Empezaré a prepararme para mañana, me haré a la idea de envejecer lentamente y me resignaré al proceso natural de los años, después de todo, llevo ya 29 años haciéndolo.